viernes, 30 de julio de 2010

Casualidades

Una de las cosas que remendé hace años fue mi inexplicable devoción por las casualidades. Llega un momento que crees que la consecución de casualidades no es tan casual y te lías, te fías de ellas, te aferras y las aceptas como Biblia.
Eso te pasa cuando todavía eres un libro en blanco. Conoces a un tío, todo apunta a él y corres el peligro de caer en la convención social del destino. Y es que, digan las señales misa, no hay causa en estas casualidades. Si te restriegas un poco los ojos te das cuenta que son más cosas de princesas y hadas que del mundo mortal. Es una ensoñación sin sentimiento. Te crees que todo pasa porque hay una predestinación. De ahí sacas una historia de romeos y julietas y te la crees. De aleteos gástricos nada de nada.
Las casualidades existen, sin embargo, no forman parte de una historia hasta que realmente comienza. Ésas son las buenas. Te das cuenta a posteriori, ahí reafirman, ahí valen.

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