domingo, 30 de julio de 2006

DES-FRAGMENTO


Nadia esperaba un autobús que hacía tiempo no cogía. Las luces de los faros la despertaron de su ensimismamiento. El volumen de su MP3 estaba demasiado alto como para oír lo que sucedía a su alrededor, pero no le impedía escuchar sus pensamientos. No conseguía levantar la cara por miedo a mostrar reflejado en su cara lo que sentía, y observaba las luces borrosas de la noche cabizbaja. Un sólo motivo había conseguido eliminar las habituales canciones tristes que hacía tiempo se habían instalado en su reproductor de música. No encontró canción con la que desahogarse y por ello, antes de entrar a casa, se sentó en el tobogán de su infancia. Años atrás había reído tirándose por él y ahora estaba triste. Miraba a las estrellas, como la noche anterior, pero esta vez sola y asustada. Una fugaz apareció ante sus ojos. "Felicidad". ¿Hacía cuanto no buscaba la felicidad? ¿Cuándo fue la última vez que se la rogó a las estrellas? No, su caso no era el de una persona desencantada del mundo que no esperaba nada de los demás. La felicidad se había convertido en un estado permanente, no en algo fugaz, como antes creía que era. Ahora se tambaleaba. Sentía que se había jugado todo a una carta, que se había convertido en todo aquello de lo que renegaba: una persona capaz de abrirse cual libro, de mostrar su alma al quitarse la camiseta. Tenía miedo de que no volviese a salir el dos de corazones.

(Vincent Van Gogh: "Noche estrellada")

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