miércoles, 21 de junio de 2006

EL SILENCIO EN EL SOFÁ

Sentado en el sofá acostumbraba a preguntarme por el baloncesto. Que si qué tal con tus niñas, que si a ver cuándo ascendéis... El orgullo se le escapaba por la nariz al suspirar. Era un culo inquieto que de vez en cuando aparecía en mi vida para sentarse en mi sofá. Adoraba el deporte, los viajes lentos, la vida intensa. Estaba enganchado a la vida y esa vida era cosa de dos. Un contigo/sin ti se balanceaba de vez en cuando aunque el cariño nunca suplantó al amor. El día que la conoció se convirtió en una mitad. No dudó en hacerla su marquesa y hacer de padre de sus hermanos. De padre ficticio a padre paciente y desvivido. Se hubiese roto el pecho por sus nietos. Se lo rompía por sus sobrinas.
El otro día noté que el sofá lo ocupaba un terrible vacío. Ella llegó, más delgada de lo normal, envejecida (ahora sí aparentaba su edad). Un colgante de oro con su nombre para tenerle cerquita, para que no desapareciese su nombre si en un descuido dejaba de llamarle en sueños. El sofá le llamaba durante toda la conversación. Terrible eco en mi cabeza. Yo también tuve miedo a desinflarme.

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