lunes, 13 de diciembre de 2010

Dolor, dolor

Llega un momento en que recibes una hostia en toda regla. Una hostia que no es física, pero que duele como tal porque tu cuerpo se destempla, tiembla y se quema por ella. Es una patada en la riñonada que amaga sangre en la boca, pero que ni te provoca derrames ni se plasma en un cardenal.
Y tiene réplicas que no por pasar el tiempo disminuyen en intensidad. Aparecen con cualquier excusa. Entonces, vuelves a recordar lo que significa esa ausencia y ese "nunca más". Para moderarlo, el tiempo es un pequeño alivio. Pero para lo que no lo es, es para paliar el recuerdo del momento en el que todo cambia. Puede que no recuerdes muchos detalles, pero ese dolor... Ese dolor es inolvidable y se manifiesta como la primera vez. La misma hostia. Una y otra vez. Imborrable. Incurable.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta tu rollo.
Esa hostia...qué dura.

@andrearoblesr dijo...

So fucking hard.