miércoles, 28 de noviembre de 2007

EL DÍA DE MAÑANA


Susurraré cálidas palabras a tus oídos, te describiré mil emociones en cada caricia, mis dedos darán largos paseos en tu espalda, haré que te asombren lo altos que pueden sonar tus latidos... Emplearé todas mis artimañas para que te (re)encuentres como en casa hasta despistarte completamente y conseguir centrar tu atención en mi boca. Y al final, mis labios se enfrentarán a los tuyos en un pulso en el que no hay mejor victoria posible que la de haber participado.

domingo, 11 de noviembre de 2007

UN ANOCHECER ANUNCIADO


Crujen las hojas. La cara se entrecorta con el frío. La noche da comienzo al siguiente día al provocar que los habitantes regresen a sus casas porque el de hoy ya ha terminado. Entre ratoncillos de campo y ardillas, dos que se quieren. Minutos antes comparaban los rojos, verdes y amarillos de las hojas que pretenden desvestir a los árboles. La luna avisa de que el tiempo se les termina. A la tarde siguiente, lloverá, oscurecerá más tarde, hará más frío. Los dos no podrán abrigarse. No podrán abrazarse.

LA OVEJA AMARILLA

Llegó a España para despedirla un mes después de unas calurosas vacaciones. Esperaba que el sol tiñiera de marrón su piel, mas lo hizo de rosa. Su pelo amarillo, que no rubio, destacaba ante las señoritas castañas. Parecía un segundo sol, eso debió pensar él cuando se la encontró.
Lo que parecía un romance estival se transformó en un profundo amor de la danesa a la paella valenciana y más tarde al cocido madrileño, pues tras idas y venidas desde su Dinamarca natal terminó por mudarse a Madrid tras acabar sus estudios. Y todo para vivir con él. Era un principio de mujer cuando cambió la caída del sol de las seis de la tarde por la de las ocho, pero sin más decidió apostar por el chico y alejarse de su familia, sus amigos y sus paisajes. Aprendió un idioma con una letra que ningún otro país pronuncia, comprendió que además del fútbol, la siesta es el deporte nacional, sufrió los mosquitos del verano y los despertares después de una noche de sangría. Militó en un partido político, pues se sintió una más en la península que Manolo había construído para ella, y votó porque siguiera así.
El tiempo le dió la razón. Se casaron, tuvieron tres preciosas hijas que conservaban el calor de su padre en sus gestos y la belleza árida de su madre. Nunca pensaron en otro envejecer que no fuese el del uno con el otro. Casi llegaron a los sesenta cuando él, víctima de una horrible enfermedad, dijo adiós a su rubia y al mundo. Se quedó sola, con hijas, pero sin pareja. Además ellas ya tenían sus vidas paralelas. No obstane, Inger decidió quedarse aquí, en un lugar que era el suyo desde que dejó los secos veranos y fríos inviernos para ver cómo el cambio climático destrozaba las estaciones en España, pero de la mano de su Manolo.